¿Hace la muerte absurda a la existencia humana?

José Tavárez - Hace la muerte absurda la existencia humana?

Por José L. Tavárez Henríquez [i]

Este trabajo es una reflexión filosófica suscitada a raíz de la muerte accidental de la filósofa y académica mexicana, fallecida recientemente en un accidente automovilístico en una de nuestras carreteras.

Para el Mtro. Eulogio Silverio, distinguido pensador y docente de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD): “Cuando recibimos noticias tan absurdas como la muerte de la profesora Rosa Elena Pérez de la Cruz, no podemos hacer otra cosa, más que reconocer, lo absurdo de nuestra existencia, pues, su muerte confirma una vez más, que todo es esfuerzo inútil y un correr tras el viento. Ella (…) al igual que le sucede a Sísifo, y a todo ser consciente de sí, cuando por fin logra subir su pesada carga hasta la cima de la montaña y se ilusiona con la vida dichosa, se le presenta la muerte para recordarnos a todos que nada ha cambiado, que todo trabajo es trabajo inútil”. (filosofia@googlegroups.com)

Empecemos por entender a qué llamamos absurdo. Digamos que este concepto es equivalente a falta de sentido. Es como si dijésemos que algo carece de un para qué o justificación de su existencia.  Si aceptado este punto de partida, no sería apropiado considerar que Sísifo llevó una existencia absurda, dado que en su naturaleza estaba la condición de esforzarse en una tarea interminable de empujar la roca que ineluctablemente rodaría nuevamente hasta el fondo de la ladera. En eso precisamente está el verdadero sentido en la existencia del personaje mitológico.

De la misma forma, no invalida la muerte el sentido de la vida, por lo tanto tampoco debemos considerar que el hecho de morir haga de la existencia humana un absurdo. A nuestra naturaleza no se le concedió el don o privilegio de la eternidad, un atributo que parece ir en contra de las leyes naturales que gobiernan el ámbito de los seres vivos.

Indudablemente que la muerte es dolorosa, mucho más cuando ocurre en circunstancias extrañas o imprevistas, como son las producidas por accidentes y por la violencia irracional de que son capaces algunos seres humanos. No obstante el sufrimiento que puede provocarnos la muerte de la gente a nuestro alrededor,  sería arriesgado valorar como absurda o carente de sentido la vida que animó a estas personas hasta el instante de su extinción.

Tanto sentido puede tener la vida que aflora solo un instante para desvanecerse un segundo después, como aquella que se extiende por años y años. Existe una casuística abundante para respaldar estas valoraciones. La complejidad de la persona humana es tal que ni siquiera los hechos concretos que acontecen en relación con nosotros reciben la misma valoración de un individuo a otro que aparentan estar en las mismas circunstancias.

Ese carácter radicalmente individual donde se entrecruzan historia personal, genética y cultura, para construir un sujeto capaz de pensar, sentir y aprender con matices propios, constituye un obstáculo insalvable para quienes pretendan hacer depender el sentido o la absurdidad de una concepción maniquea o unilateral de la naturaleza humana.

Porque exista la alegría como un estado anímico a que se aspira, no por ello la tristeza deviene en oquedad carente de sentido, como tampoco es absurdo el dolor frente al placer. El ser humano, independientemente de variables subjetivas como la fe, la imaginación o la intuición, no es una pasión inútil. Vivir, aun fuese en estado vegetativo, podría ser un fin en sí mismo, aunque parezca una contradicción que alguien se suicide por puro aburrimiento y vaciedad.

Puedo entender, incluso aceptar el hecho de que para alguien la existencia pueda resultar absurda, pero elevar a la categoría de absoluto esta valoración parece un exceso. El sentido está latente en las cosas y en nuestra relación con ellas. Alguien con otra perspectiva del mundo podría decir que también el absurdo está latente en el entorno y en nosotros. En todo caso, aceptemos que hay una responsabilidad individual, consciente o no,  en la asignación de valor a nuestro ser en el mundo.

El siguiente verso puede resultar un colofón armonioso con nuestra perspectiva frente a la disyuntiva, sentido versus absurdidad:

“El encanto de las rosas, es que siendo tan hermosas, nunca saben que lo son”.



[i] El autor es filósofo, psicólogo y profesor universitario. Email: jotatavarez@yahoo.com