Por José L. Tavárez Henríquez [i]
Resulta lugar común decir que el desarrollo de los pueblos pasa ineluctablemente por la educación de sus ciudadanos/as. De hecho se citan numerosos ejemplos de sociedades alrededor del mundo cuyo éxito económico y social ha estado estrechamente vinculado al avance en materia educativa.
Esta idea ha sido recurrente en las diversas propuestas de desarrollo estratégico que se formulan para República Dominicana. Dentro del liderazgo político nacional el presidente Fernández se ha mostrado, desde su primera gestión de gobierno, como un abanderado de la educación como motor del progreso.
Sería mezquino no reconocerle al presidente los aportes hechos al sistema educativo, especialmente en lo atinente a mejoras salariales, de infraestructura, dotación de materiales educativos y desayuno escolar.
Estos aportes sin embargo han tenido un tímido impacto en la calidad de la docencia, como demostró una reciente evaluación de la propia Secretaría de Estado de Educación donde se admite que los/as estudiantes de 4to año de Educación Básica solo dominaban el 30% del contenido previsto para ese nivel.
Esta situación tendrá pocas variaciones mientras no se introduzcan cambios radicales en el Sistema Nacional de Educación. En ese sentido nos atrevemos a proponer lo siguiente:
Estas ideas podrían ser la respuesta a la disfunción educativa que se constata cada día en las escuelas del país: Niños/as que reciben pocas horas de clases, maestros/as con precaria formación y agobiados/as con múltiples tandas para sobrevivir, estudiantes universitarios con enormes lagunas y profesionales débilmente competitivos para un mundo cada vez más globalizado y exigente.
Hemos de empezar ahora, dejando atrás la política de remiendos a un sistema agotado e infuncional. Se impone mirar en perspectiva y planificar con plazos que trasciendan los períodos gubernamentales.
¿Y los recursos para echar a andar estas propuestas? Se trata de ser creativos y priorizar con la educación, si en realidad creemos en ella como eje del desarrollo. Ahí están las políticas sociales donde se invierten recursos cuya pertinencia es discutible y que frecuentemente solo sirven para alimentar el clientelismo político y la corrupción. Por otro lado la política de construcción del gobierno podría concentrarse por varios años a edificar las escuelas que hacen falta. También se podría destinar parte del dinero entregado a ONG’s cuya misión no esté claramente justificada.
Si se articula un proyecto coherente y existe una voluntad firme de implementarlo se podría incluso convencer a nuestros acreedores para intercambiar parte de la deuda por educación.